Este libro trata de la vergonzante situación en que se encuentra el trabajador. Antes se consideraba el trabajo como una obligación para forjarse un porvenir y poder mantener a la familia. Hoy las cosas han cambiado por obra y gracia de políticos corrompidos que sólo han procurado enriquecerse a costa de toda la población.

Hasta el último tercio del siglo pasado la política monetaria y crediticia se mantenía porque estaba controlada por el Estado. Sistema que se impuso de la mano de Primer Ministro del Reino Unido al abandonar el patrón oro debido a la crisis del año 1929. En 1976 se concedió el premio Nobel de economía a Milton Friedman; este señor decía muy convencido que el mercado tenía suficientes controles para autoregirse y no hacía falta la intervención de ningún gobierno porque el comercio se valdría por sí mismo con grandes ventajas al quedar suprimida la intervención del Estado. Como vemos y padecemos, gracias a estas teorías, dejaron libres a los especuladores y gente arribista, fomentando la riqueza extrema y la pobreza de casi todo la humanidad. Porque los ricos son más ricos y la clase media y los pobres son más pobres y, por si fuera poco, se nos hace pagar todos los robos cometidos por los financieros y políticos de turno.

En este libro encontrará soluciones a muchos de los problemas que padecen las empresas y los trabajadores. Este colectivo, empresarios y trabajadores son los que producen la verdadera riqueza del país. Son soluciones drásticas, pero es la única forma de enderezar la economía.

La mayoría de los políticos de todos los partidos conoce estas soluciones, pero se nota que la poltrona es muy cómoda y mientras ellos conserven el poder y puedan robar a la descarada, ¡Que pague el pueblo!

Hay muchos que esperaban que con un gobierno fuerte y con mayoría absoluta podría hacer una limpieza de malechores y obligar a devolver todos los enriquecimientos indebidos; fuera influencias y que los diputados cuando terminen su labor en el congreso y no tengan trabajo que cobren como desempleados. A la vista de cómo están las cosas somos muchos, por no decir la mayoría, que vivía de ilusiones.